Desde el punto de vista simbólico, la Puerta Santa adquiere un significado particular: es el signo más característico, porque la meta es poder atravesarla. Su apertura por parte del Papa constituye el inicio oficial del Año Santo. Originalmente, solo había una puerta, en la Basílica de San Juan de Letrán, que es la catedral del obispo de Roma. Para que los numerosos peregrinos pudieran hacer este gesto, las demás Basílicas de Roma también ofrecieron esta posibilidad.
Al cruzar este umbral, el peregrino recuerda el texto del capítulo 10 del evangelio según san Juan: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. El gesto expresa la decisión de seguir y de dejarse guiar por Jesús, que es el Buen Pastor. Por otra parte, la puerta es también un paso que conduce al interior de una iglesia. Para la comunidad cristiana, no es solo el espacio de lo sagrado, al cual uno se debe aproximar con respeto, con un comportamiento y una vestimenta adecuados, sino que es signo de la comunión que une a todo creyente con Cristo: es el lugar del encuentro y del diálogo, de la reconciliación y de la paz que espera la visita de todo peregrino, el espacio de la Iglesia como comunidad de fieles.
En Roma, esta experiencia adquiere un significado especial, por la referencia a la memoria de san Pedro y san Pablo, apóstoles que fundaron y formaron la comunidad cristiana de Roma y que, con sus enseñanzas y su ejemplo, son una referencia para la Iglesia universal. Aquí se encuentra su tumba, en el lugar donde fueron martirizados; junto con las catacumbas, es un lugar de continua inspiración.
Hay muchos modos y muchas razones para rezar; la base es siempre el deseo de abrirse a la presencia de Dios y a su oferta de amor. La comunidad cristiana se siente llamada y sabe que puede dirigirse al Padre solamente porque ha recibido el Espíritu del Hijo. Y es, de hecho, Jesús quien ha confiado a sus discípulos la oración del Padrenuestro, comentada también por el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. CCC 2759‑2865). La tradición cristiana ofrece otros textos, como el Avemaría, que ayudan a encontrar las palabras para dirigirse a Dios: «Mediante una transmisión viva, la Sagrada Tradición, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a orar a los hijos de Dios» (CCC 2661).
Los momentos de oración realizados durante el viaje muestran que el peregrino posee los caminos de Dios “en su corazón” (Sal 83,6). Este tipo de alimento necesita también de paradas y escalas varias, a menudo situadas en torno a ermitas, santuarios, u otros lugares particularmente ricos desde el punto de vista del significado espiritual, donde uno se da cuenta de que -antes y al lado- otros peregrinos han pasado y que esas mismas vías han sido recorridas por caminos de santidad. De hecho, los caminos que llevan a Roma coinciden a menudo con la trayectoria de muchos santos.
La caridad constituye la característica principal de la vida cristiana. Ninguno puede pensar que la peregrinación y la celebración de la indulgencia jubilar puedan ser relegadas a una forma de rito mágico, sin saber que es la vida de caridad la que les da el sentido último y la eficacia real. Asimismo, la caridad es el signo preeminente de la fe cristiana y su forma específica de credibilidad.
En el contexto del Jubileo no se debe olvidar la invitación del apóstol Pedro: "Ante todo, tened entre vosotros intensa caridad, pues la caridad cubre multitud de pecados" (1Pe 4,8). Según el evangelista Juan, el amor hacia el prójimo, que no viene del hombre, sino de Dios, permitirá reconocer en el futuro a los verdaderos discípulos de Cristo. Resulta entonces evidente, que ningún creyente puede afirmar que cree si después no ama y, viceversa, no puede decir que ama si no cree.
También el apóstol Pablo reitera que la fe y el amor constituyen la identidad del cristiano; el amor es lo que genera perfección (cfr. Col 3,14), la fe es lo que permite al amor ser tal. La caridad, por lo tanto, tiene su espacio peculiar en la vida de fe; a la luz del Año Santo, además, el testimonio cristiano debe ser reiterado como forma mayormente expresiva de conversión.
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